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El Hombre de Pequeña Estatura

Por Pastor Hal Mayer

The Man of Little Stature [1]

Queridos amigos:

Cordiales saludos para usted y su familia. Estoy orando para que el Señor lo ayu-de a oír su voz y a ser más fiel a Su consejo. Estamos viviendo en un tiempo muy difícil de la historia, pero no es sin precedentes. Estoy agradecido que podemos confiar en el Señor para que nos sostenga y nos mantenga fieles. Quiero agrade-cerles por sus oraciones en favor del Ministerio Guarda la Fe. También quiero de-cirles a aquellos que nos envían donaciones todos los meses, que apreciamos es-to infinitamente. Ustedes forman parte de nuestra extensa familia del Ministerio Guarda la Fe, y eso significa mucho para nosotros. No podríamos enviarles men-sualmente estos mensajes del fin del tiempo si no fuese por vuestro generoso aporte y por vuestras oraciones.

Quisiera animarlos a que visiten regularmente nuestra página Web, allí encontra-rán interesantes informaciones en nuestra sección de noticias con trascendencia profética. Estas noticias son importantes pues analizan eventos presentes a la luz de la profecía que se está cumpliendo rápidamente. Son muchas las noticias que tenemos, más de las que podemos incluir en nuestros CDs, de manera que las pueden obtener directamente de nuestra página.

¿Se ha preguntado alguna vez qué fue lo que motivó a ciertos judíos en el tiempo de Cristo a unirse al grupo de funcionarios que cobraban impuestos para los Ro-manos? Era un trabajo miserable. De hecho, estas personas eran consideradas inútiles y eran rechazadas por sus conciudadanos Judíos. Eran un continuo e irri-tante recuerdo de las leyes Romanas. Eran intensamente odiados porque eran vistos como traidores a su país. Eran acusados de ser pecadores y por lo tanto no eran dignos de ser incluidos entre los hijos de Abraham. Probablemente las acu-saciones eran genuinas en su mayoría, porque estos hombres eran corruptos. Eran ladrones legalizados. ¿Qué podría motivar a alguien a adoptar esta profe-sión? ¿Cuál sería la razón por la cual alguien podría estar dispuesto a descender al nivel de un publicano entre los Judíos? Yo no sé lo que usted piensa, pero esto siempre me ha impresionado. Mateo era un cobrador de impuestos. Sin duda que él sintió el aguijón acusador y ciertamente fue motivo de muchas críticas. Pero qué cambio se operó en él cuando se transformó en un discípulo de Cristo. ¡Se produjo una enorme transformación en él! Otra persona debe haber tomado su lugar en la mesa de los publicanos. Él había encontrado el verdadero tesoro.

Este mes vamos a estudiar este tema y el impacto que Jesús hizo sobre estas personas pues tiene poderosas lecciones para aquellos de nosotros que están abrumados por el pecado y que anhelan ser libres y tener gozo. Usted se asom-brará con lo que hizo Jesús en un hombre, que tal vez era el más despreciado de todos.

Cuando pienso en los cobradores de impuestos en Israel, me asombra su depra-vación. Ellos estaban trabajando para el enemigo. Eran traidores, y no era desco-nocido para nadie que estaban saboteando a la nación al cooperar con los Roma-nos. ¿Qué es lo que puede motivar a alguien a hacer este trabajo? Tal vez la co-dicia era una de las más poderosas motivaciones. Los cobradores de impuestos podían volverse ricos fácilmente. Y ellos usaban su oficio exactamente para eso. Por supuesto que sucedía lo mismo que sucede hoy en día. Las personas trataban de minimizar sus ingresos y sus bienes y los cobradores de impuestos trataban de maximizarlos. Ellos tenían la libertad para exagerar el impuesto cuando así lo es-timaban conveniente, y lo hacían con gran habilidad. Ellos sabían lo que estaban haciendo y sabían que estaba mal. Pero se justificaban a sí mismos por uno u otro medio para continuar en este trabajo perjudicial.

El sistema Romano de cobro de impuestos era delegado a los gobernadores loca-les o procuradores. Ellos elegían a alguien que pudiese manejar el negocio en to-do el territorio. Cuando encontraban al hombre que les convenía, le daban una guarnición de soldados para que pudiera llevar a cabo sus decisiones. El jefe de los cobradores de impuestos elegía a su vez a otras personas que estuviesen dis-puestas a ayudarlo. El trabajo era tan lucrativo que siempre había personas codi-ciosas dispuestas a aceptarlo. Desde luego que el propósito del impuesto era reu-nir dinero para que los Romanos pudiesen continuar construyendo sus caminos y otros proyectos de infraestructura. Pero también servía para oprimir a las perso-nas que pagaban sus impuestos. Esto lo hacía aun más irritante para la mayoría de los ciudadanos. La opresión era a su propia expensa. Por eso es que odiaban a los cobradores de impuestos. Si no hubiese sido por el apoyo de los soldados, los cobradores de impuestos probablemente no hubieran podido llevar a cabo su tra-bajo, o aun podrían haber perdido sus vidas.

La ley Judía le prohibía ciertas actividades a un publicano. Él no podía ser un juez ni tampoco un testigo, porque su testimonio era considerado no creíble. Tampoco su familia podía servir en ninguno de los dos casos, porque lo protegerían a él y a sus intereses. Eran considerados como ladrones debido a la forma en que se con-ducían. Como resultado, eran vistos como sospechosos y despreciados.

Los cobradores de impuestos se hacían ricos. Ellos extorsionaban a todos los que podían para sacarle dinero, sean ricos o pobres. Nosotros sabemos esto porque cuando los publicanos vinieron a Juan el Bautista y le preguntaron qué tenían que hacer para estar bien con Dios, él les dijo que “no exijáis más de lo que os está ordenado”. Eso está en Lucas 3:13. por lo tanto era obvio que estaban deman-dando más impuesto que el requerido. Desde luego que se guardaban el dinero para ellos mismos. Tal vez eso era un secreto conocido. Ellos tenían maneras pa-ra obtener más dinero de las personas. Acusaban a las personas de quizás ocultar bienes para no pagar impuestos. Naturalmente, este juego también era practica-do por sus víctimas.

“Los publicanos habían formado una confederación”, se nos dice en el DTG p.509, “para oprimir al pueblo y ayudarse mutuamente en sus fraudulentas prácticas. En su extorsión, no estaban sino siguiendo la costumbre que había llegado a ser casi universal. Aun los sacerdotes y rabinos que los despreciaban eran culpables de enriquecerse mediante prácticas deshonestas, bajo el manto de su sagrado car-go”.

Cuando pienso profundamente en cómo habrá sido ser un cobrador de impuestos para el enemigo nacional, tengo el sentimiento de que yo también he hecho lo mismo. El enemigo nacional del cielo es el propio Satanás, y a menudo yo he tra-bajado para él. ¿Cuántas veces he traicionado a mi país a través de acciones ego-ístas y prolongado esta noche de pecado? No puedo juzgar a los cobradores de impuestos por su depravación, porque yo tengo las mismas faltas que ellos. Sin la gracia de Cristo, nosotros tal vez seríamos aun peores.

Muchos de estos cobradores de impuestos sabían que lo que estaban haciendo estaba mal. Ellos sabían que la extorsión era un crimen, pero la justificaban de alguna manera, tal vez basándose en que los líderes religiosos hacían la misma cosa cubiertos por su cargo religioso. ¿Así que cuál era la diferencia si lo hacía el publicano bajo la cubierta de los impuestos Romanos?

Bajo estas condiciones, considere cuántas pobres almas cargadas de pecado es-taban sobrellevando un terrible peso de culpa. ¿Puede usted imaginarse tener que vivir bajo la condenación de la iglesia y de las personas? Los publicanos tenían apenas unos pocos amigos. Y la mayoría de ellos eran otros publicanos. Eran una clase despreciada. Toda sociedad posee una clase social despreciada. Algunas ve-ces pertenecían a esa clase porque habían nacido en esa condición, o tal vez se hundieron en ella debido a sus decisiones y acciones. Sin importar la causa, por diversas razones el orden social había decidido que ellos no merecían ser miem-bros respetados de la sociedad. Tal vez usted conoce a alguien que pertenece a una clase despreciada en su comunidad o en su iglesia.

Jesús describió a una de estas pobres almas cuando nos dio la parábola del Fari-seo y el Publicano, que fueron al templo a orar. El propósito era doble. Por un la-do, Él estaba reprobando a los fariseos por su orgullo espiritual. Pero el publica-no sabía que era un pecador y golpeándose el pecho dijo: “Dios, ten misericordia de mi pecador”. Lucas 18:13. El publicano típico era considerado impuro. Tal vez el publicano debía escuchar la oración del fariseo, para reprobarse públicamente, más bien píamente, debido a su vida pecaminosa. Pero no había necesidad de ello. El publicano conocía su debilidad y le pidió Dios que lo perdonase.

Había algo diferente con Jesús. Jesús tuvo palabras amables para con los publica-nos. Los trataba con respeto como si fuesen miembros normales de la sociedad. Los líderes religiosos habían abandonado la condición espiritual de estas almas perdidas, pero Jesús también les enseñó acerca del reino de los cielos. Fue como si él hubiese abierto la misma puerta que el fariseo había cerrado. ¿Cuán a me-nudo hacemos esto hoy en día, mis amigos? ¿Cuán a menudo algunas almas son abandonadas porque no parecen ser de valor alguno para la organización religio-sa? ¿Cuán a menudo comentamos acerca de alguien que posee una mala reputa-ción o de alguien que continuamente se mete en dificultades en su vida y en su ministerio? Pero no lo ayudamos.

Observen lo que sucedió cuando se esparció la noticia de que Jesús era amigable con los publicanos y con los pecadores. Lucas 15:1 dice: “Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírle”. Las palabras de Jesús eran amables. Contenían esperanza. Y en esas palabras los publicanos y aquellos que eran des-preciados por diversas razones, eran animados en gran manera. Parecía que había un movimiento generalizado entre estas personas y por un impulso en co-mún o por atracción eran llevados hacia el poder de Jesús.

El contraste entre lo que los fariseos les decían a los publicanos y lo que Jesús les decía, era tan fuerte que los fariseos se vieron amenazados por el hecho de que estos pecadores estaban congregándose con Jesús. Jesús era tan brillante y lleno de esperanza, que estos despreciados pecadores pensaron que tal vez Él podría realmente ayudarlos. Él les dio esperanza. Lo veían como un hombre santo. Ellos jamás habían encontrado a alguien así antes. Y a medida que los despreciados se le acercaban, veían un futuro mejor. Sus corazones anhelaban simpatía y amabi-lidad. Él les ofreció algo inteligente y razonable, la genuina y real oportunidad pa-ra que pudieran encontrar un hogar en el cielo. Antes, ellos solo habían escucha-do acerca de los terrores de la ley y sobre los truenos del cielo contra el pecador. Pero Jesús les ofreció amor, y gozo eterno.

Pero los fariseos estaban muy descontentos porque Jesús se comunicaba con los miembros marginales de la iglesia. El verso 2 dice: “Y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Este a los pecadores recibe, y con ellos come”.

El acercamiento de los publicanos y pecadores originó entre los fariseos una murmuración contra Cristo. Les parecía que si estas personas despreciadas iban a Él, era abandonarlos a ellos. Habían levantado una muralla alrededor de estas personas y las habían aislado del resto de la iglesia. Y parecía que Jesús estaba deliberadamente evadiendo su autoridad y destruyendo la muralla divisoria que habían construido al comunicarse con estas personas impías. Aun cuando ellos no tenían ningún interés en estas personas y habían abandonado su salvación, esta-ban perturbados con la posibilidad de que Jesús los aceptara, y al hacerlo recha-zaran a los fariseos.

¿Por qué murmuraron los fariseos contra Cristo? Lo que realmente los perturbaba era que Jesús pasó por alto su sistema y ofreció a los publicanos y pecadores aquello que ellos no les habían dado. Ellos pensaban que eran los guardadores del cielo y que todos tenían que ser aprobados por los líderes de la iglesia para que pudieran estar en el favor de Dios, y para esto debían ser bien vistos por la igle-sia. Pero Jesús deliberadamente derribó sus barreras. Él socavó abiertamente su enseñanza y las personas se congregaban con Él.

Los fariseos vieron que muchas personas estaban siguiendo a Jesús debido a sus palabras amables. Ellos vieron que su influencia declinaba. Jesús sabía que su ac-to de asociarse con los publicanos y pecadores sería aprovechado por los líderes de la iglesia y usado contra él mismo. Pero eso no le impidió tratarlos con respeto ni dejar de ofrecerles el reino de los cielos. Ellos sabían que era a través de Su propio sacrificio personal, y esto aumentó grandemente su respeto por Cristo.

Escuche estas palabras registradas en el segundo volumen del Espíritu de Profecía p.175. “Los escribas y fariseos… sabían que desde que había comenzado el mi-nisterio de Jesús, su propia influencia sobre las personas había disminuido gran-demente. Los simpatizantes corazones de la multitud aceptaron las lecciones de amor y de amable benevolencia a preferencia de las frías formas y rígidas cere-monias llevadas a cabo por los sacerdotes”.

Un día Jesús iba caminando por Jericó. Estaba en su camino final hacia Jerusalén y a su crucifixión. Encontramos esta historia en Lucas 19. Jericó estaba a pocos kilómetros del Jordán y era un área muy rica de Judea en aquel tiempo. “A pocas millas del Jordán, en la orilla occidental del valle que se extiende allí formando una llanura, descansaba la ciudad en medio de una vegetación tropical, exube-rante de hermosura. Con sus palmeras y ricos jardines regados por manantiales, brillaba como una esmeralda en el marco de colinas de piedra caliza y desoladas barrancas que se interponían entre Jerusalén y la ciudad de la llanura”. DTG p. 506.
Su rico suelo hacía de Jericó un lugar ideal para la agricultura, especialmente el trigo. Pero sus bálsamos y sicómoros también fortalecían su economía maderera. El sicómoro es como un árbol de higo pero su fruto es poco apetecible. Su made-ra era la madera común usada en aquella zona para construir edificios, utensilios, equipos, etc. El fruto, sin embargo, era comido por las personas pobres. Ellos lo hacían más apetecible haciéndole un corte a la fruta cuando estaba madurando, de manera que el jugo agrio pudiese salir.

Enciclopedia de los Judíos [2]ó

Enciclopedia de los Judíos 2 [3]

Jericó también fue un centro político importante, ya que su ubicación estaba a la entrada de Palestina. “Jericó era una de las ciudades apartadas antiguamente pa-ra los sacerdotes”, se nos dice en el DTG p. 506, “y a la sazón un gran número de ellos residía allí. Pero la ciudad tenía también una población de un carácter muy distinto. Era un gran centro de tráfico, allí había oficiales y soldados roma-nos, y extranjeros de diferentes regiones, a la vez que la recaudación de los de-rechos de aduana la convertía en la residencia de muchos publicanos.”

Mucha gente rica vivía allí durante el tiempo de Cristo, y desde luego estaban los cobradores de impuestos cuyo trabajo era recaudar los impuestos y enviárselos a los Romanos. Era una región muy importante desde el punto de vista de los im-puestos, y el publicano a cargo de esta región estaba en una posición muy envi-diable. El jefe de los publicanos era aquel que elegía a otros en la región para re-caudar los impuestos. Estos ayudantes se guardaban una parte para ellos, y le daban el impuesto más una comisión al jefe de los publicanos. Él entonces sepa-raba la parte que le tocaba a los Romanos, guardándose su comisión. Sin duda, que él se reservaba las mejores casas y los negocios más lucrativos para mante-nerlos bajo su “experta” evaluación y juicio. También debe haber existido mucha corrupción. Los dueños de muchas tierras y grandes negocios hacían de los co-bradores de impuestos, y especialmente al jefe, el beneficiario de sus bienes y servicios, esto se conoce como soborno, de tal manera que no les cobrara im-puestos excesivos.

Lucas 19 en el verso 2, nos dice quién era el jefe de los recolectores de impues-tos en Jericó en el tiempo que Cristo pasaba por la ciudad. “Y sucedió que un va-rón llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos, y rico”.

Esta simple declaración nos dice que Zaqueo era el jefe de la aduana y que era muy rico. Sin duda que después de muchos años en esta posición, había acumu-lado muchas riquezas, que infelizmente, había obtenido por la extorsión y el so-borno. Su alma estaba apesadumbrada. No tenía felicidad. Y anhelaba encontrar alivio.

Un día, Zaqueo escuchó unas noticias sorprendentes. Había un nuevo rabino de sostén propio que estaba recorriendo el país. Él no era parte de la organización religiosa. De hecho, se corría el rumor que él no era apreciado por los fariseos y que era mas bien independiente. El entusiasmo acerca de este hombre estaba en los labios de muchos, y Zaqueo no podía más que escuchar sobre los milagros que Él estaba haciendo, cómo era amable con todos, y especialmente con los despreciados de la sociedad. Escuchó que Jesús era amigable con los publicanos. Se comentaba que había contado una historia acerca de un rabino y un publicano que fueron al templo a orar, y que el publicano fue justificado ante Dios debido a su arrepentimiento. “Tal vez”, pensó Zaqueo, “exista una esperanza para mí y que mis pecados sean perdonados”. Pero la cosa más intrigante acerca de este nuevo maestro llamado Jesús era que tenía estudiantes que viajaban con él. Y aun había uno que había sido publicano.

¿Era Jesús una especie diferente de rabino? ¡Los milagros parecían maravillosos! Él había sanado a 10 leprosos. Le había restaurado la vista a un hombre ciego de nacimiento. Él aun había resucitado a un hombre muerto llamado Lázaro. Este no es un rabino común. La pregunta se repetía de casa en casa, “¿Podría ser este el Mesías esperado?” Algunos dudaban, pero muchos decían entusiastamente que Él era Aquel que restauraría a Israel a su gloria.

Apenas había escuchado algo acerca de Jesús, cuando Zaqueo sintió la convicción de arreglar las cosas con las personas a las cuales había causado daño. Él sabía lo que debía hacer, y ya había comenzado a hacer algunos esfuerzos para llevarlo a cabo. Pero él quería ver a Jesús para obtener alguna seguridad de que a través del arrepentimiento y de la restitución podría ganar el favor del Cielo.

Es en las pocas palabras del versículo 3 donde podemos aprender mucho de él. “Procuraba ver quién era Jesús; pero no podía a causa de la multitud, pues era pequeño de estatura”. Zaqueo ya había escuchado bastante. Zaqueo ahora an-helaba ver a Jesús. Él deseaba ardientemente tener un alivio de la culpa que pre-sionaba su alma. Él sabía que había causado daño a muchas personas y había co-rrompido a otras a lo largo de su camino. Él sentía el aguijón de la condenación de los líderes religiosos y muchas veces deseaba esconderse de sus fijas y atra-vesantes miradas.

Pero los líderes de la iglesia rápidamente denunciaron el entusiasmo acerca de Jesús diciendo que era sensacionalismo. En forma premeditada le restaron impor-tancia a este nuevo rabino. De hecho, ellos sugirieron que estos milagros eran un engaño, que Jesús fabricaba para llamar la atención. Dijeron que Él no podía te-ner ninguna credibilidad… después de todo, Él era de Nazaret. ¿Y qué bien podría venir de Nazaret?

Pero Zaqueo estaba interesado e intrigado por los rumores. Tal vez verificó dis-cretamente con algunos amigos bien posicionados, para ver qué podría conseguir acerca de Él. Los informes no deben haber sido buenos. Los rabinos estaban di-ciendo que este hombre era un ministro independiente y que estaba apoderándo-se del dinero de las personas, especialmente del dinero que debiera haber sido enviado a la iglesia – y tal vez hasta de los diezmos.

Pero lo que Zaqueo escuchaba en la calle era una historia muy diferente. Las per-sonas estaban asombradas viendo como Jesús estaba dispuesto a ir a lugares y a hacer cosas que los rabinos jamás harían. Él tocaba a los impuros. Él sanaba en Sábado. Él decía las palabras más amables y reconfortantes jamás oídas. Él hablaba de Dios como si fuese su Padre y como si lo conociera personalmente. Él oraba tan ferviente y sinceramente que miles quedaban impresionados de que conocía a Dios como a un amigo. Él aun perdonaba pecados, algo que los rabinos decían que solamente Dios podía hacer.

Y cuando lo expulsaron de la sinagoga debido a que Su sermón era muy fuerte, Él no se enfadó. Tan solo se dirigió a otro lugar para predicar. De hecho, los rumo-res decían que en una ocasión Él predicó a cinco mil personas, sin contar las mu-jeres ni los niños, durante todo un día, y después le dio comida a todos. Tal vez este predicador de sostén propio no era tan malo como los rabinos decían.

¿Si alguien era el Mesías, tenía que ser un hombre como éste? Zaqueo decidió ver quién era este hombre si tenía la oportunidad. Y ahora, escuchó que Jesús venía a Jericó al dirigirse a Jerusalén para asistir a la fiesta. Muchas personas pasaban por Jericó en esta época del año. Y la excitación era palpable. Jesús había resuci-tado a Lázaro de la muerte y la controversia y los rumores acerca de lo que los sacerdotes le harían a Jesús, hizo que las personas se interesasen aun más en lo que Él podría decir. De todas partes las personas venían para congregarse con Él. Las multitudes lo presionaban por todos lados mientras se acercaba a la ciudad.

Cuando Jesús entró en Jericó, no había ninguna duda que no habría espacio sufi-ciente para toda la multitud. Todos querían llamar Su atención. Algunos estaban enfermos y querían ser sanados. Otros tan solo querían ser vistos y recibir una bendición de Su parte. Otros solo querían mirar el rostro de aquel hombre que era amable y bondadoso. Los niños pequeños querían tomar Su mano mientras Él caminaba. Las madres con niños en sus brazos hacían presión para ver si Él podía tocar a sus hijos.

Zaqueo tal vez comenzó a ponerse un poco nervioso. Él realmente quería ver a Jesús. En realidad, bien en el fondo de su corazón, quería conversar con Él. Tal vez, Jesús podría ayudarlo a encontrar una salida para dejar su vida despreciable. Sin duda, secretamente, él esperaba poder obtener perdón por su codicia, sus engaños, por sus labios mentirosos y por su gran egoísmo. Se sentía terriblemen-te culpable pero no encontraba ninguna salida. Necesitaba desesperadamente un alivio. Los rabinos no le ofrecían ninguna esperanza. Tal vez Jesús sí.

Cuando Jesús entró en la ciudad, Zaqueo sintió un deseo irreprimible de verlo. Él tenía que verlo, aun cuando no fuese más que un vistazo. Él tenía que mirarlo a la cara para ver si era tan amable y bondadoso como decían las personas. Tal vez con el solo hecho de mirarlo, Zaqueo se sentiría mejor. Si tan solo pudiese ver a Jesús, ya podría tener una esperanza. El versículo 3 dice que “procuraba ver quién era Jesús; pero no podía a causa de la multitud, pues era pequeño de esta-tura”.

Mi amigo, ¡qué misión! No hay una misión más importante en la vida para el pe-cador que hacer cualquier cosa para poder ver a Jesús, para saber quién es Él. No es apenas una pequeña esperanza que va a cambiar vuestra vida, sino que es una absoluta certeza. Ver a Jesús es la única esperanza del pecador. Es su única posibilidad de estar bien con Dios. Usted no puede corregir su carácter. Usted tie-ne que ver a Jesús si quiere obtener perdón y felicidad. Usted tiene que ver a Je-sús si quiere tener esperanza y paz. Usted tiene que ver a Jesús si quiere tener poder para vencer sus pecados. Usted tiene que ver a Jesús si quiere ganar el cielo.

Usted no puede solo escuchar hablar de Él. Usted tiene que verlo y aprender acerca de su maravilloso carácter. Entonces, y solo entonces, usted podrá tener una nueva experiencia. Entonces, y solo entonces, Él podrá cambiar su vida para mejor. Cuando usted ve Su amor, cuando usted ve Su compasión, cuando usted ve Su vida, entonces, y solo entonces, usted podrá ver una salida. Cuando Jesús pasa cerca, ese es el momento de verlo. Puede ser que Él jamás vuelva a pasar por ese mismo camino nuevamente. Tal vez usted no tenga otra oportunidad tan buena como esta para ver a Jesús. El tiempo para buscarlo es ahora. No mañana. No hoy en la noche. No la próxima semana, sino ahora.

Zaqueo sabía que su oportunidad había llegado. Si él desperdiciaba esta oportu-nidad, tal vez jamás volvería a tener otra. Él se apuró para acercarse a la multi-tud que cercaba a Jesús. Trató por este lado y por el otro, pero no consiguió acercarse lo suficiente ni siquiera para lograr un vistazo. Había demasiadas per-sonas, empujando, dando codazos, presionando tan apretadamente, que parecía imposible verlo. Además, las Escrituras dicen que, él era pequeño de estatura. Él no conseguía ver por encima de los hombros de la gente.

¡Qué descripción! Piense por un momento en lo que dice el texto. Sí, Zaqueo era de pequeña estatura física. Estaba aturdido. Todos eran más altos que él y lo mi-raban con desprecio. Eso significaba que tenía que encontrar formas aun más as-tutas y sutiles para aplicar sus decisiones en relación con los impuestos. Todos sabían que era un estafador, y lo trataban con indiferencia. Él sentía el aguijón de su pequeñez de estatura, porque también era enano de mente y de corazón.

Todos los días tenía que enfrentar personas que lo miraban con desprecio, y eso también era un perfecto recordativo de cómo lo miraba Dios. Los rabinos lo mira-ban con desprecio como si no fuese bienvenido en la iglesia. Las personas lo des-preciaban como a un traidor nacional. Era como maldito debido a su pequeña es-tatura. Constantemente se le recordaba su pecado, era rechazado, estaba des-animado y perdido sin esperanza. Al igual que su estatura, no tenía esperanza de algún cambio. Estaba en serias dificultades.

Qué apropiado símbolo de su patético carácter. Su orgullo era tan grande que su carácter era de pequeña estatura. Su codicia era tan grande que su corazón solo podía ser pequeño. Su egoísmo era tan grande que su madurez era pequeña co-mo su estatura. ¿Cómo podría ver a Jesús si siempre estaba bloqueado por per-sonas más altas que él? ¿Cómo podría alguna vez solucionar su problema cuando otras personas siempre se interponían en su camino?

Ahora Zaqueo se estaba desesperando y se puso un poco más agresivo. Comenzó a empujar. Trató de escurrirse entremedio de las personas. Pero cuando veían quién era el que estaba tratando de pasar, lo empujaban para atrás. Él no necesi-taba ver a Jesús. De cualquier manera, Jesús ni siquiera se daría cuenta de un hombre tan pequeño. Además, Jesús estaba muy ocupado con personas mucho más importantes como para notar a este enano espiritual.

Zaqueo sabía en su corazón que tenía que ver a Jesús, pero se lo impedían en cada intento. Frustrado, desanimado y totalmente desilusionado se alejó de la muchedumbre. Lágrimas cayeron de sus ojos mientras la soledad y el desánimo se apoderaban de su corazón y lo herían profundamente. Tal vez nunca podría ver a Jesús. Tal vez él no tenía ningún valor, y Jesús no estaría interesado en él de ninguna manera. Tal vez él no merecía vivir ya que no tenía ninguna esperan-za de salvación. Satanás despiadadamente lo presionaba con dudas y tentacio-nes. Tal vez sería bueno ponerle fin a todo. ¿Para qué debería seguir viviendo? Él tenía todo lo que este mundo podía ofrecerle, excepto felicidad y paz mental.

A medida que caminaba tristemente de vuelta a su vacío puesto de recolección de impuestos, comenzaron libremente a caer lágrimas por su rostro. La agonía de su corazón solo aumentaba su angustia mental. Tantos obstáculos, tantas barreras, ¿cómo podría encontrar fe si ni siquiera podía verlo? ¿Cómo podría tener alguna esperanza de alivio del pecado y de la culpa? ¿Cómo podría alguna vez encontrar felicidad si no podía siquiera ver la cara del perdón y del amor?

Sus ojos estaban tan llenos de lágrimas que al principio ni siquiera vio el árbol. Era uno de aquellos sicómoros que estaba apenas a algunos pasos de él. Y estaba justo en la mitad de la calle. Él había pasado muchas veces por allí, pero nunca le había prestado gran atención. Sus verdes ramas le habían ofrecido un poco de sombra a él y a otros viajeros en días de mucho calor. Los niños jugaban en sus ramas, gritando y divirtiéndose en sus paseos. Ellos siempre eran algo especial para él. Cómo añoraba el carácter libre, feliz y honesto de la niñez. Años hacien-do lo malo lo habían vuelto cínico y ya no confiaba en nadie. Se detuvo allí por un momento tratando de pensar más claramente y para secar sus lágrimas. Los ni-ños no tienen que lidiar con años de pecado y culpa. Su alegría es genuina y sim-ple. Pero aquellos días estaban muy distantes. Él tenía que lidiar con sus años de decisiones erradas. Era imposible disfrutar de la alegría de los niños. Bien, ¿qué podía hacer? Tal vez tendría que juntar todos los pedazos de su vida y esperar que Dios tenga misericordia de él en el juicio. Pero realmente, Dios no era así, por lo menos de acuerdo con lo que decían los sacerdotes. Él castigaría severa-mente al pecador, aun si este se arrepentía.

Entonces repentinamente, como si fuese una sugerencia divina, aquel árbol le dio una idea. Una suave voz le habló casi audiblemente. “Zaqueo, ese árbol está ahí para ti. Ese sicómoro es tu solución. Puede ser tu salvación”. Perplejo miró sus ramas y percibió que podría subirse al árbol. Tal vez desde allí pudiese ver a Je-sús cuando pasara por debajo. La muchedumbre se estaba acercando. El versícu-lo 4 dice que él corrió rápidamente delante de la multitud hasta el árbol y que su-bió hasta las ramas más bajas y se ubicó de tal manera que pudiese tener una buena visión. Tal vez quebró algunas ramitas pequeñas para sacar algunas hojas que pudieran impedirle ver a Jesús.

Mis amigos, cuando anhelamos ver a Jesús tal como Zaqueo lo anhelaba, tene-mos que deshacernos de cualquier cosa nos que impida ver Su rostro. Todo aque-llo que esté entre nosotros y Él y nos impida verlo, tiene que ser eliminado. Yo no sé qué es lo que te impide verlo, pero arranca todo eso. Los entretenimientos son los mayores obstáculos. Para algunos es el deporte. Para otros es su indulgencia con las comidas y las bebidas. Sea lo que fuere, tienes que eliminarlo para que puedas ver Su maravilloso rostro.

Zaqueo nunca antes se había subido a este árbol, y hacía muchísimo tiempo que ya no se subía a ningún árbol. Solo cuando era un muchacho jugaba en los árbo-les. Pero ahí estaba él, esperando desesperadamente de poder tener una peque-ña oportunidad de felicidad, encaramado en un árbol para ver a Jesús. Mi amigo, ¿cuántas veces en tu vida has estado tan desesperado que no te importó hacer lo que fuere con tal de salir de esa situación? Tal vez te comportaste como un niño para encontrar alivio. Así estaba Zaqueo. Su momento había llegado. Él no lo sa-bía, pero estaba a punto de encontrar un maravilloso alivio. Iba a ver a Jesús. Él no se imaginaba que Jesús venía hacia él a propósito. A medida que trepaba en el árbol, su pequeña esperanza también crecía en su corazón. Todos los recelos y la desconfianza de su corazón desaparecieron. Su alma ya no era como una piedra fría. Estaba listo para un cambio, un inmenso cambio. A medida que el gentío se aproximaba, su corazón comenzó a latir apresuradamente. ¿Cómo sería Jesús? ¿Le sonreiría? ¿Se daría cuenta Jesús que él estaba encaramado en ese árbol?

No se atrevía a imaginar que Jesús lo vería. Él estaba muy ocupado con tantas personas, y tenía muchos pedidos. No tendría tiempo para Zaqueo. A medida que el debate iba y venía en su corazón, pensó que sería mejor ser realista. Así que se preparó para solamente ver a Jesús.

Mis amigos, eso es lo que realmente importa… Es apenas una mirada, una mirada suplicante, anhelando espiritualidad y paz lo que conmueve el corazón de Jesús. Jesús sabía lo que estaba sucediendo en el corazón de Zaqueo. Una de las razo-nes por las cuales vino a Jericó, entre otras cosas, fue específicamente para sal-var a Zaqueo de sí mismo. Aquí hay un punto importante. Jesús conoce las penu-rias de vuestros corazones. Él se acerca a vosotros con el propósito específico de darles una oportunidad de cambiar. Esta historia está en la Biblia para que las personas desanimadas, desesperadas entiendan que Jesús está viniendo a Jericó específicamente por ellos. También está allí para mostrarles la salida, para mos-trarles lo que tienen que hacer para tener paz. Así que súbete a tu sicómoro y mi-ra a Jesús.

Finalmente la muchedumbre pasó por debajo del árbol. Jesús iba en medio de ellos e iba a pasar justo debajo donde estaba Zaqueo. Ansiosamente Zaqueo mi-raba a través de las hojas para ver si conseguía ver a Jesús. Cuando vio el sem-blante pacífico y alegre del rostro de Jesús, se sorprendió de cuán feliz era. Cómo anhelaba esa paz y esa alegría que veía en el rostro de Jesús. Cómo anhelaba esa habilidad para hacer lo que Jesús hacía y ayudar a otros en vez de egoístamente apropiarse de todo lo que podía conseguir. Zaqueo estaba listo para aprender la mayor de todas las lecciones; que mejor es dar que recibir. Esa verdadera alegría solo se obtiene al dar sin egoísmo. Esa paz es posible cuando el orgullo es elimi-nado.

Cuando Jesús llegó al árbol, para sorpresa de Zaqueo, Él se detuvo. Miró hacia arriba como si quisiera llamar la atención de todos hacia el árbol. Todas las mira-das se levantaron. Allí, balanceándose de una pierna en una rama del árbol, había una sandalia de seda roja, adornada con oro y que tenía algunas joyas. Estaban las orlas doradas de las vestiduras de un hombre muy rico. ¿No eran esas las ro-pas de Zaqueo? Todos sabían de quién era esa vestimenta. Era el único que se vestía así. Lo odiaban porque él hacía sus vidas muy miserables. Algunos sin du-da, comenzaron a sonreírse. Ellos pensaron, ¿por qué está Zaqueo encaramado en este sicómoro? Que visión más ridícula era esta. Aquí estaba este pequeño hombre al que todos odiaban, sentado ahí como un gallo en el árbol mirando atentamente entre las hojas. ¡Qué tonto, habrán pensado! Pensaban que Zaqueo era auto-suficiente. No tenían la más mínima idea de cuán desesperado estaba; cómo su corazón había sido quebrado por sus malas expresiones con respecto a él, y por su rechazo. Zaqueo no tenía amigos, excepto otros avarientos cobrado-res de impuestos. Poco se imaginaban ellos que Zaqueo tenía un amigo en Jesús.

Cuando Jesús miró hacia arriba, no fue para ver el espectáculo de un hombre rico que estaba encaramado entre las ramas. Él no miró hacia arriba para ver una si-tuación divertida. Jesús miró hacia arriba directamente al rostro de este hombre desesperado, cuyos pecados habían casi borrado toda esperanza del cielo, y tras-pasó su alma con bondad. Él vio las lágrimas en sus ojos. Él vio el anhelo en su alma. Él vio el deseo de una nueva vida. Esa era Su misión en Jericó… darle a Zaqueo una nueva vida.

Cuando Zaqueo vio que Jesús lo estaba mirando fijamente a través de las hojas del árbol, se quedó desconcertado. Sin embargo estaba maravillado por el senti-miento de que Jesús pudiese escudriñar directamente su corazón. Jesús podía leer su alma. Se llenó de esperanza. Tal vez Jesús pudiese marcar una diferencia en su vida… Tal vez pudiese encontrar una salida para sus pecados.

Las Escrituras dicen en el versículo 5: “Cuando Jesús llegó a aquel lugar, mirando hacia arriba, le vio, y le dijo: Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es nece-sario que pose yo en tu casa”.

Cuando Zaqueo escuchó estas palabras, se abrumó mucho con tantas emociones al mismo tiempo. ¿Había escuchado correctamente? ¿Había dicho Jesús que iría a su casa? Zaqueo no podía creerle a sus oídos. ¿Estaba Jesús hablando en serio? Zaqueo bajó del árbol. Esta vez no tuvo que abrirse paso entre la multitud, esta-ba parado justo delante de Jesús. Lo miró fijamente a los ojos y vio Su maravillo-sa compasión y bondad. Sintió que su frío corazón se calentaba. Estaba sin poder hablar al principio. Tal vez estaba tentado a dudar o cuestionar los motivos de Je-sús… debe haber pensado “¿Sabe Jesús realmente el tipo de mala persona que yo soy?”. “¿Realmente Jesús se interesa por mí?” Pero él lanzó estas dudas a un lado cuando vio Su rostro amigable. Jesús no estaba jugando. No era artificial. ¡Esto era genuino!

Mientras Zaqueo estaba parado allí en asombro, no podía hacer nada. Se inclinó hasta el piso como si quisiera adorar a Jesús en silencio. Jesús se inclinó y lo le-vantó. A medida que Zaqueo se levantaba, sus labios fueron abiertos y él confesó públicamente su pecado y se arrepintió. Frente a todos él dijo: “He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado”.

Jesús sonrió y miró a Zaqueo con una expresión de bondad que Zaqueo jamás había visto, y dijo: “Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham”. ¿Dijo Jesús realmente eso? El mismo hombre al que los Ju-díos habían expulsado de la iglesia, Jesús lo incluyó como parte de la iglesia. Je-sús amaba a los hijos de Abraham. Él haría cualquier cosa con tal de salvar un alma. Él anhelaba sacarlos de sus malos caminos y salvarlos. Entonces añadió como si quisiera reprobar a los rabinos por su negligencia para con este hombre rico: “Porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”.

Pero para Zaqueo, el alivio era reconfortante. Jamás había sentido esa paz y eso lo tomó de sorpresa. Qué sentimiento más maravilloso. Rápidamente, y como si fuese un sueño, Zaqueo llevó a Jesús y a sus discípulos a su mansión. Sus pisos de mármol estaban limpios. Su bonito césped y su jardín les refrescaron el espíri-tu. Le pidió a Jesús que se pusiera cómodo en el bonito sillón que había en el sa-lón. Pidió a sus siervos que le lavaran los pies a Jesús y a sus discípulos. Entonces fue a la cocina y le dijo al cocinero que se asegurara que había suficiente comida para 15 personas, y lo instruyó para que pusiera los mejores servicios y la mejor comida. Fue al mayordomo y le pidió que trajera el más fresco y sabroso jugo de uva. Entonces volvió al salón donde Jesús y sus discípulos estaban esperando.

Allí se sentó y comenzó a escuchar mientras Jesús le contaba los secretos de la vida eterna. Cómo el Hijo del hombre vino a sacrificar su vida por las almas per-didas, y que Dios quería que Zaqueo pudiese vivir eternamente en el cielo. Tal vez le dijo a Zaqueo, cuánto anhelaba que tuviese una vida pura, y que eso era posible a través de Su gracia. Sin lugar a dudas le dio a Zaqueo una lección de fi-lantropía, y le explicó que la paz viene cuando uno se da a sí mismo a los demás, y que la mayor alegría en este mundo es hacer que la vida de otra persona sea mejor a través de nuestra presencia y generosidad.

Zaqueo ya podía sentir que la carga de culpa había sido quitada de sus hombros. Jesús no condenó a Zaqueo por sus pecados. Él sabía que Zaqueo tenía un gran peso de culpa. Jesús estaba ahí para traer perdón, y Zaqueo ya sentía que sus pecados habían sido puestos a un lado. Su corazón fue movido por las palabras de Jesús. Él vio su miserable, egoísta y orgulloso corazón, no como un pecador condenado, sino como un hombre perdido que había encontrado el camino a ca-sa. Ahora tenía que ponerse en acción. Algunas horas más tarde ellos aun esta-ban conversando. Ya habían comido y ahora Jesús se arrodilló para orar y supli-carle a Dios para que restaurara a Zaqueo al favor del Cielo. Oró tan sinceramen-te que Zaqueo se puso a llorar cuando Jesús re-consagró esta alma arrepentida a Dios.

Zaqueo estaba abrumado. Él sabía lo que tenía que hacer. Su corazón estaba lle-no de amor hacia Jesús. Y él quería asegurarse que no iba a perder la bendición. De tal manera que reiteró su promesa de darle la mitad de sus bienes a los po-bres y restaurar cualquier cosa en cuatro veces lo que él hubiese tomado injus-tamente. Zaqueo había recibido a Jesús, no meramente como un pasajero invita-do en su hogar, sino como Uno que habitara en el templo del alma. Los escribas y fariseos lo acusaban de ser un pecador, y murmuraron contra Cristo por haber si-do su invitado, pero el Señor lo reconoció como un hijo de Abraham. Porque “los que son de fe, los tales son hijos de Abraham. Gálatas 3:7”. Esa es una cita del DTG p.510.

La parte triste de toda esta historia es cómo reaccionaron los líderes religiosos. El versículo 7 dice que cuando vieron esto los rabinos, “todos murmuraban, diciendo que había entrado a posar con un hombre pecador”. Ellos eran tan pecadores co-mo Zaqueo. Pero querían desacreditar a Jesús ante las personas, de tal manera que se rebajaron aun más para llevar falso testimonio contra Jesús a través de sus murmuraciones. Este era el verdadero propósito por el cual Jesús vino a nuestro mundo – para salvar al pecador. Pero los rabinos lo presentaron como si estuviese equivocado.

¿Pero cómo puede usted salvar a alguien si no lo visita ni lo ayuda? El prejuicio y orgullo era tan fuerte que no conseguían ver que Jesús estaba allí especialmente por el pecador. Ellos pensaban que no necesitaban la salvación, porque se veían a sí mismos como justos. Veían que Jesús los estaba pasando por alto y que pasaba tiempo con aquellos a quienes habían despreciado. Era como si Jesús les hubiese dado una bofetada en la cara cada vez que Él sanaba a alguien, o cuando comía con publicanos o prostitutas. Él jamás siguió sus principios, ni sus reglas. Pero hablaba con tal autoridad, que lo consideraban arrogante. Ellos veían que Su in-fluencia crecía constantemente como una amenaza de tal manera que lo seguían para encontrar alguna ocasión de acusarlo o de condenarlo. No importaba lo que Él hiciera, ellos siempre encontraban la manera de decir que era malo y lo pro-clamaban como un pecador.

Pero Jesús anhelaba que los rabinos pudiesen ver su propia necesidad de salva-ción. A menudo Sus milagros y acciones estaban diseñadas para mostrarles sus propios corazones. Al visitar a Zaqueo, Jesús les mostró su propia actitud impía para con el pecador. Él les mostró su arrogancia espiritual. Pero ellos no cederían a Su poder salvador. En vez de salvarlos como Jesús anhelaba hacerlo, sus accio-nes los endurecieron. Hablando de grandes pecadores el libro PVGM p.188 nos di-ce: “Como vinieron a Zaqueo las palabras de Cristo: “Hoy es necesario que pose en tu casa”, así vendrá a ellos la palabra; y se descubrirá que aquellos a quienes se suponía pecadores endurecidos tienen un corazón tan tierno como el de un ni-ño porque Cristo se ha dignado tenerlos en cuenta. Muchos se volverán de los más groseros errores y pecados, y tomarán el lugar de otros que han tenido oportunidades y privilegios pero que no los han apreciado. Serán considerados los elegidos de Dios, escogidos y preciosos; y cuando Cristo venga en su reino, esta-rán junto a su trono”.

Cuando Jesús y sus discípulos dejaron la casa de Zaqueo a la mañana siguiente, salieron reconfortados, no tanto por la hospitalidad de Zaqueo, sino por la humil-de respuesta de un hombre ahora transformado por la gracia de Jesús.

Imaginen la sorpresa de un hombre de negocios local cuando recibió la visita de Zaqueo aquella mañana colocando una bolsa de dinero sobre el mostrador. “José, aquí hay 400 chelines. Yo le cobré a usted 100 chelines en exceso, y ahora se los estoy devolviendo con intereses”. “¿Pero por qué está usted haciendo esto?” res-ponde José. “Me encontré con Jesús y aprendí el secreto para tener paz y felici-dad”, le responde Zaqueo. “Ahora quiero hacer las cosas bien con todos”.

Después se detuvo en un lagar, y pidió hablar con el gerente. Aquí había un hom-bre con quien él tenía un serio problema sobre el valor de sus bienes. “Jacobo”, le dijo, “Lamento haberlo acusado falsamente de esconder sus bienes. Creo que le he cobrado 700 chelines demás… Aquí hay 2.800 chelines para compensarlo por todos los problemas que le causé”. Atónito, Jacobo no podía creer lo que oía, pero el dinero estaba allí en el suelo. “No se preocupe Jacobo”, debe haber dicho Za-queo con una amplia sonrisa, “usted no sufrirá más abusos de mi parte. Jesús me encontró y Él ha cambiado mi vida”.

La ciudad de Jericó estaba sorprendida. ¿Qué le había sucedido a Zaqueo? Tantas personas estaban siendo visitadas por él. Estaba devolviendo tanto dinero que parecía que iba a quedar pobre. Él les estaba devolviendo dinero a los vendedores ambulantes, a las personas que no tenían una casa y a los trabajadores comunes. En pocas semanas, su mansión había sido vendida, y el dinero fue distribuido en-tre los pobres hasta que todas sus deudas espirituales fueron compensadas. Aho-ra él vive en un hogar humilde. No tiene más siervos. No hay más lujo. No hay más consumismo. ¡Qué cambio se operó en el hombre! ¿Cómo puede ser? ¿Sólo una visita de Jesús logró tanto? Algo debe haberle sucedido, algo abrumador, al-go transformador. Ahora él es un hombre muy feliz. Siempre tiene una sonrisa y una palabra amigable. Ya no camina con aquella agresiva arrogancia. Camina en forma suave. No está a la defensiva. Siempre es bondadoso. ¡Qué cambio! Tal vez exista esperanza para los pecadores, deben haber pensado. Tal vez los rabi-nos han estado errados después de todo. Tal vez hasta el más empedernido pe-cador puede encontrar paz y felicidad a través de una visita de Jesús.

Ciertamente las personas de Jericó estaban impresionadas, no por todos los en-fermos que fueron sanados cuando Jesús pasaba; no tanto por Sus enseñanzas o popularidad, sino por la manera en que un empedernido criminal puede ser cam-biado completamente en un hombre compasivo y generoso. El perdón es maravi-lloso, mis amigos. Pero aun cuando sea tan maravilloso como lo es en realidad, no es completo. La más completa felicidad, la mayor alegría sólo puede venir cuando cooperamos con Cristo y pasamos a la acción haciendo cosas buenas a nuestros semejantes. Solo podemos tener una alegría y una paz verdadera cuan-do adoptamos el espíritu dador de Cristo, y cuando hacemos lo que podemos en beneficio de la vida de otros.

Mi amigo, Jesús puede hacer lo mismo por usted. Esta animadora historia no deja una declaración, una declaración respecto de lo que Jesús hará por nosotros, si es que anhelamos Su justicia y Su pureza. Él nos encontrará y habitará en nuestros corazones así como habitó en el corazón y el hogar de Zaqueo. ¿Desea usted esa libertad y esa felicidad? Yo sí. ¿Quiere usted que la pesada carga del pecado y de la culpa sea quitada de sus hombros? Desde luego que sí. Entonces encuentre al-guna manera de poder ver a Jesús. Siéntese a Sus pies por algunos instantes, y aprenda acerca de darse a sí mismo a otros. Haga que su prioridad cada día sea escuchar Su voz. Entonces camine en Sus caminos. Él lo colmará de alegría. Él lo llenara de paz completamente.