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Incriminación Colectiva en el Fin del Tiempo

Hace 100 años durante el invierno de 1917, el carguero francés Mont-Blanc, cargado con ácido pícrico y TNT para apoyar los esfuerzos en la guerra europea, se dirigía hacia el gran puerto de Halifax para unirse a un convoy con rumbo a Bordeaux. Al mismo tiempo, un barco noruego, el Imo, estaba saliendo de Halifax con destino a Nueva York. Su misión era cargar alimento y suministros para llevarlos a las personas en Bélgica que estaba ocupada por los alemanes y el norte de Francia.

Debido a la mala comunicación, el Mont-Blanc y el Imo chocaron ocasionando una explosión masiva que acabó con la vida de 2.000 personas y dejó una columna de humo de más de dos millas de altura. Hasta entonces, era la explosión más grande causada por un hombre en la tierra.

La pequeña población alemana de Nueva Escocia comenzó a sufrir el ataque de personas agitadas con deseos de venganza. Porque, ¿quién otro podría ser culpado por la calamidad sino el Káiser [Emperador alemán]? Y acaso ¿no eran ellos también alemanes? Por lo tanto, ¿no eran todos culpables colectivamente? Al principio, los informes hablaban de enfurecidas multitudes que apedreaban a los vecinos con apellidos alemanes. Pero antes de cumplirse una semana después de la explosión, incluso antes de haber podido recuperar del fuego todos los cuerpos y mucho menos sepultarlos, el ejército canadiense ordenó el arresto de cada ciudadano alemán.

La culpa colectiva es un aspecto común en la historia, sin importar cuál sea la causa: diferencias políticas, económicas o religiosas. Por ejemplo, los judíos cruelmente oprimidos por el Faraón; los cristianos perseguidos por Nerón; los no católicos torturados por la Inquisición en la península Ibérica y al revés, los católicos atormentados por Oliver Cromwell. También son familiares las consecuencias y el castigo de quienes sufren la incriminación colectiva: tener que abandonar sus casas masivamente en búsqueda de libertad y seguridad. Hoy, vemos un diluvio de refugiados huyendo de Afganistán, Iraq y Siria hacia Europa o tocando la puerta de América. ¿Será que dar una mirada al pasado podría iluminar nuestro presente?

Durante milenios, las sociedades se han atemorizado por los que son diferentes a su cultura, idioma y especialmente, religión, incluso llegando a ocasionar guerras religiosas. En el Siglo XV, la población de Andalucía y la civilización musulmana con más de 800 años en la Península Ibérica sufrieron bajo la mano de los invasores católicos del norte. Los judíos y musulmanes, aunque convertidos al catolicismo, fueron llevados al tribunal de inquisidores que deseaba eliminar a los herejes religiosos y purificar la península. Sus tácticas de tortura son legendarias.

En 1492, el rey Fernando y la reina Isabel proclamaron un decreto diciendo: “Acordamos ordenar la salida de todos los judíos y judías de nuestros reinos y que jamás retornen ni vuelvan a ellos ni a alguno de ellos”. Hombres y mujeres, cuyos ancestros habían vivido allí durante cientos de años, recibieron tres meses para “organizarse a sí mismos, a sus posesiones y propiedades” y salir durante la salvaguardia real. Alrededor de 165.000 personas emigraron a Europa y el Norte de África. Unos 20.000 de ellos murieron en la búsqueda de una nueva patria.

En épocas más recientes, la restauración del Estado de Israel ha resultado en la expulsión de los judíos de las naciones de lengua arábica con mayoría musulmana.

Cuando una sociedad se siente atemorizada, sea por causas reales o imaginarias, trata de encontrar un chivo expiatorio a quien culpar. A menudo, a ese grupo o segmento se lo hace culpable colectivamente.

Actualmente esto está ocurriendo en Alemania y Europa debido a la migración masiva de musulmanes hacia la Unión Europea. También en los Estados Unidos con respecto a los musulmanes de países que han apoyado organizaciones terroristas y los hispanos de latino américa. Además, están enojados contra las élites sin rostro que cree que le han robado su grandeza y estabilidad económica.

Los alemanes de Halifax fueron exonerados poco a poco por el Capitán de Mont-Blanc quien posteriormente fue arrestado y culpado de homicidio culposo (cargos que después le fueron retirados por falta de evidencia). Sin embargo, esa comunidad sufrió también con las secuelas. Como si fuera poca la tragedia del incendio, el tsunami y las muertes causadas por la explosión del Mont-Blanc, ellos perdieron la confianza de sus vecinos.

La Biblia predice que la incriminación colectiva continuará y se fortalecerá hasta llegar a ser tan intensa sobre los observadores del Sábado que tendrán que soportar la muerte a manos de muchedumbres airadas. Un decreto dictatorial apoyará su ejecución y otras medidas opresivas los forzarán a emigrar a pequeños pueblos y lugares distantes de la tierra para huir de sus perseguidores y atormentadores.

Los fundadores de Estados Unidos mantuvieron una sensibilidad ética manifestada en la Declaración de Derechos. Con la Biblia o el Corán en sus bibliotecas, ellos eran conscientes de las persecuciones religiosas del pasado, incluyendo casos de tiranía religiosa en la pre-colonia y colonia. Por ello, eligieron proteger el derecho de sus residentes a rendir adoración de distintas maneras para evitar la “interpretación errónea o el abuso” de los poderes del Congreso.

Estos fundadores redactaron la declaración que protegería de una manera clara la libertad de expresión religiosa y adoración. “El Congreso no hará ninguna ley respecto al establecimiento de religión, o prohibiendo el ejercicio libre de la misma o coartando la libertad de expresión o de prensa o el derecho del pueblo para reunirse pacíficamente y para pedir al gobierno la reparación de agravios.»

La Constitución de los Estados Unidos es la más antigua que aún está en vigencia. Su sistema de control y equilibrio ha salvaguardado el republicanismo representativo por cerca de 230 años. Sus cláusulas de establecimiento y ejercicio mantienen un muro de santidad entre la religión y el estado. Pero su temple podría verse probado en los próximos años, particularmente si la inquietud de registrar a las personas según su religión continúa.

De una manera similar a la diáspora impuesta sobre los judíos de la recién católica España, la suerte de los inocentes alemanes en Nueva Escocia y las víctimas musulmanas del Estado Islámico, la Biblia predice que los Estados Unidos aplicarán un castigo colectivo cuando las cláusulas que permitían el libre ejercicio y el establecimiento sean destruidas (lo cual ha comenzado desde la administración de Obama). La proscripción de tal castigo se hará en términos religiosos. Una vez se haya demonizado lo suficiente a ese grupo colectivo, será un paso fácil comenzar su persecución.

Aunque ahora parece que la afiliación religiosa no es de gran importancia, llegará el día cuando esto sea vital para un nuevo régimen que derrocará el orden existente y debido al temor, adoptará medidas opresivas contra algunas creencias religiosas y prácticas que se opongan a la ideología religiosa predominante.

«Los centinelas celestiales, fieles a su cometido, siguen vigilando. Por más que un decreto general haya fijado el tiempo en que los observadores de los mandamientos puedan ser muertos, sus enemigos, en algunos casos, se anticiparán al decreto y tratarán de quitarles la vida antes del tiempo fijado. Pero nadie puede atravesar el cordón de los poderosos guardianes colocados en torno de cada fiel. Algunos son atacados al huir de las ciudades y villas. Pero las espadas levantadas contra ellos se quiebran y caen como si fueran de paja. Otros son defendidos por ángeles en forma de guerreros”. El Conflicto de los Siglos, pág. 689.

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Esta información es una adaptación del siguiente artículo y llega a una conclusión diferente.


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